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Vi un ligero resplandor a través de mis parpados y me estiré para espabilarme. Bostecé y abracé la almohada una vez más, luego recordé
que debía de hacer ese día, así que abrí los ojos de golpe y miré a mí alrededor.
Estaba claro, pero aún era muy temprano. Miré al reloj, eran las ocho de la mañana. Me había despertado demasiado temprano para ser un
domingo, pero al menos había dormido tan tranquilamente como un bebé.
Suspiré y me levanté.
Me dirigí al baño. Ya le había dicho a mi madre que iba a salir desde el día anterior, así que no me molesté en despertarla.
Me desvestí lentamente en el baño, como si me estuviera preparando para ir a un funeral, y probablemente me preparaba para el funeral de la tan apegada amistad que tenía con Alex hasta entonces.
Me bañé lo más lentamente que pude, pero no me tardé más de cuarenta minutos.
Una vez que me puse la ropa interior, fui al cuarto de mi madre y elegí mi ropa con sigilo, para no despertarla.
¿Qué me puedo poner? Me pregunté a mí misma mientras observaba el closet.
Elegí un pantalón corto color caqui que usaba cuando quería ir a dar una vuelta al parque, porque eran cómodos ya que me quedaban flojos, y una camiseta sin mangas de color café, que también me quedaba floja.
Me miré en el espejo y torcí la boca ante mi imagen. La ropa tan floja me hacía lucir aun más flaca y plana de lo que ya era, así que me quité solo la playera y me puse otra, de color blanco, con mangas por encima del codo, que se ajustaban al ancho de mi brazo y botones que iban del cuello a la mitad del pecho. Me quedaba mucho más apretada, así que ya no me veía tan plana.
Finalmente elegí unos zapatos planos de color café con un pequeño moño rojo en la parte superior.
Bajé las escaleras y le dejé una pequeña nota a mi madre en el comedor:
“Fui a casa de Alex. Te quiero.”
Está vez recordé llevar mi movil, ya que así mi madre al menos no se preocuparía tanto si el tiempo se prolongaba.
Salí de mi casa con las llaves, el celular y el iPod en los bolsillos, también llevaba algo de dinero, aunque planeaba ir caminando para hacer tiempo y prepararme mentalmente.
Era un día de mis favoritos, soleado y con cielo azul, eso me levantó el ánimo.
Me puse los audífonos y elegí una canción de mi iPod.
Canté bajito mientras caminada por la parte sombreada de la acera. Eran muchas calles, pero no me molestó pensar en la distancia porque estaba de buen humor, ya que el día era precioso.
Traté de no pensar mucho en lo que me esperaba para no amargar mi mañana.
Eran las nueve de la mañana y la gente empezaba a aparecer en las calles, en los centros comerciales.
Lamentablemente no tardé demasiado en recorrer el camino a casa de Alex y, cuando llegué a la calle en la que el vivía, los nervios que había estado manejando con mi buen humor repentinamente me golpearon con bastante fuerza, y a cada paso que me acercaba a su casa, más temblaban mis piernas, mi estomago y mis manos.
Finalmente estuve frente al portón de su casa y escuchaba los típicos sonidos de un desayuno familiar, con las voces de su madre, su hermana, su padre y… él.
Tragué saliva.
Debí haber llamado…
Respiré hondo y traté de controlar mis temblores. No había desayunado y tenía un poco de nauseas ahora que estaba tan nerviosa.
OK, es ahora. Tengo que prepararme. Me quitaré los audífonos… o mejor no para parecer despreocupada…
Estaba hecha un lío, así que respiré muchas veces y me armé de valor. Sorprendentemente funcionó y pude relajar más mi postura.
Toqué el timbre y seguí el ritmo de la música golpeando el suelo con el pie.
Entonces se abrió la puerta y toda la relajación que logré conseguir se fue con el fin de la canción que escuchaba.
—¡Sofi!—dijo efusivamente la voz de Samantha (la hermana mayor de Alex).
—¿Qué hay, Sam?—pregunté con una sonrisa mientras me abrasaba.
—Hace tiempo que no te veía. No has cambiado nada, sigues igual de flaca que siempre—dijo mientras se echaba a reír
—¿Y tu estas más alta?—pregunté haciendo una broma a su estatura, ya que media uno ochenta y me sacaba una cabeza.
—Muy graciosa—dijo alborotando mi cabello.
Me tomó de la mano y me hizo pasar a la casa.
—Miren quien está aquí—anunció cuando estuvimos en el comedor.
Todos me miraron y yo saludé moviendo la mano.
—¡Sofi!—dijo Alex, quien fue el primero en reaccionar con una sonrisa que me habría hecho suspirar si no hubiera estado tan nerviosa.
—Hola—dije mientras me acercaba para saludar a su familia.
—¿Dónde te habías metido, niña?—preguntó su mamá alegremente mientras me abrazaba.
—Debajo de una roca—bromeé.
—¿Qué estás haciendo aquí?—preguntó Alex cuando le di un beso en la mejilla para saludarlo.
—Quería pasar un fin de semana de amigos, ya sabes, como los que teníamos cuando estábamos en la secundaria—dije con algo de culpa,
pero no podía decirle la verdad en frente de su familia.
—Que bueno que viniste—dijo sonriendo.
—¿Desayunaste ya?—me preguntó su padre.
—No, pero no se molesten—dije adivinado que me iba a invitar a desayunar con ellos.
—Por supuesto que me molesto. Trae un plato de la cocina, Sam.
—Ya voy.
—Gracias—dije mientras tomaba asiento junto a Alex.
Tomamos el desayuno mientras conversábamos.
—Y no viniste a mi fiesta de cumpleaños—dijo Sam, culpándome en broma.
—Lo siento, es que ese día tuve otros planes—dije frunciendo la boca.
—Si, me enteré—dijo mirando a Alex con cara de saber algo muy gracioso.
Él le lanzó una mirada envenenada y luego cambió el tema sobre un partido de futbol que había visto el sábado.
Cuando terminamos el desayuno, la familia de Alex retomó sus actividades.
Sus padres iban a hacer las compras y llegaron unos amigos de Sam, lo que nos dejó solos a Alex y a mí.
—Nos vemos en unas horas—dijo su madre al salir de la casa—. Si les da hambre, hay sándwiches en el refrigerador. Adiós.
Entonces se cerró la puerta y unos segundos después se escuchó como el auto se encendía y se alejaba.
—Así que… ¿Qué quieres hacer?—preguntó Alex.
Noté una nota de nerviosismo en su voz mientras hablaba.
—¿Qué te parece si salimos a dar una vuelta en el parque?—pregunté mientras me levantaba del sofá y le daba la mano para ayudarlo a
levantarse del suelo.
—Está bien.
Salimos y caminamos hasta el parque más cercano, que estaba a dos calles.
Cuando llegamos me senté en uno de los columpios que había, pero él, en lugar de sentarse conmigo, tomó mi cintura y me empujo con
delicadeza en el columpio para que me meciera.
Di un brinquito por la sorpresa del gesto, así que se rió de mí. También me eché a reír después.
—Alex…—dije después de un minuto, cuando al fin me decidí a hablar—Tengo que hablar contigo.
—Lo sabía—dijo, parando el columpio y luego sentándose en el que estaba a mi lado izquierdo—. Sabía que había algo.
—Mira… Emm… No sé por dónde empezar—dije con sinceridad y escondiendo mi mirada.
—¿Por qué no empiezas por el principio?—dijo con media sonrisa.
—Intentaré—dije cerrando los ojos y tomando una gran bocanada de aire—. El asunto es que… Espera.
—¿Qué?
—Promete que no vas a hacer ninguna estupidez—dije mirándolo con severidad.
Él me miró desconcertado y después con preocupación.
—Me estas asustando. Dime ya.
—Promételo—dije sin pasar por alto que aún no lo había hecho.
—Sí, sí, sí…
—No, di que lo prometes—dije cruzando los brazos sobre el pecho con obstinación.
Suspiró.
—Lo prometo—dijo entornado los ojos—. Por favor, dime antes de que me mate la curiosidad.
Lo miré recelosa, pero suspiré y continué…
—Lo diré sin rodeos…
Me quedé callada.
—¿Si?—dijo al ver que no decía nada. Se escuchaba la desesperación en su voz.
—Martin y yo somos novios—dije rápida y simplemente, con tanta tensión que me dio un calambre en un pié, pero no reaccione,
aguanté el dolor y me quedé mirando el suelo.
No hubo respuesta, así que levante la vista para mirar su cara. Se había quedado petrificado, como estatua, mirando mi rostro pero sin
verlo realmente, con la vista desenfocada.
Me quedé callada, tenía miedo de hablar…
Después de cinco minutos de silencio al fin dijo algo:
—¿Qué?
¡Por Dios! Se queda callado media hora y lo primero que dice es “¿Qué?”. ¡Es “¿Qué?”!
—Lo que escuchaste—dije reacia a repetirlo.
Sus ojos se empezaron a humedecer y su labio inferior temblaba.
Lo miré con ojos abiertos como platos y ahora la petrificada era yo. ¿Estaba llorando?
—¿Alex?—dije con voz temblorosa por la tristeza que me provocaba verlo llorar.
Inmediatamente se llevó una mano a los ojos y se limpió las lágrimas.
—No pasa nada—dijo con voz ronca.
—¿Cómo que no? ¿Qué ocurre, Alex?—dije levantándome del columpio y abrazándolo.
—¿Qué no es obvio?—dijo él rompiendo a llorar desconsoladamente. Yo también empecé a llorar sin ninguna razón.
—¿Qué? No te en-entiendo—dije hipeando por las lagrimas.